Sin quererlo o queriéndolo, no sé, quizá, tal vez… me he ido transformando en una voz que ya no es tan sólo mía sino de muchas otras personas. Me he ido metiendo en sus casas, en sus historias, y anhelos; en sus deseos y recuerdos. Y fue así, como un buen día recibí un correo…
¿Qué pasa con el deseo en la vejez? ¿Adónde queda el erotismo, el deseo, la imaginación, la fantasía? ¿Desaparece o queda oculto? ¿En qué momento se cruza el amor? Porota se pregunta todo esto mientras sigue en su camino, lento y seguro, de desempoderamiento.
Porota visita la casa de Pascual. En sus paredes pueden verse los recuerdos de los días pasados, puede oler las comidas, escuchar las risas, sentir en el cuerpo y en la piel las experiencias vividas. Esta columna habla, lisa y llanamente, de la VIDA.
Porota realiza una serie de reflexiones en torno a cómo ve la sociedad a las personas de la tercera edad, cómo las etiquetan y encasillan. Una serie de ejemplos bastan como muestra.
Ya se acerca Noche Buena, ya se acerca Navidad. El calendario impone reflexiones, miradas hacia atrás y promesas hacia adelante. Pero también nos invita a curar heridas, a cerrar algunas puertas y a abrir otras. Amigos y amigas de Porota se lanzan a escribir algunos deseos para los días por venir.
En cada arruga, en cada pliegue de la piel se encuentra la sabiduría de la vida transcurrida. Porota reflexiona sobre esto al ver una publicidad del Día de la Madre en la que se excluye a las mujeres mayores. Lejos de deprimirse, se reconforta, se sabe madre, vital y feliz.
Un partido de fútbol puede ser una excusa increíble para reencontrarnos con el pasado, con lo que fuimos y con lo que todavía podemos ser: animarnos a andar «piantaos, piantaos», caminar más livianos y felices por las veredas rotas de los días.
Una película, un café, una queja, un estereotipo, la incomodidad, la imposibilidad de ver a quien se tiene en frente, un puñado de palabras que da esperanza y la posibilidad siempre de latente de poder cambiar, hasta el último de nuestros días.