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Celebrar en la vejez

Se nos va un nuevo año. Para una vieja como yo es algo muy trascendente. Celebrar el paso, el cambio, la transición cuesta. Porque las celebraciones ya no son las mismas. Porque los reencuentros se transformaron. Porque el tiempo pasa y su discontinuidad duele.

 

Los hijos e hijas se dispersan. Mi marido ya no está. Mi casa dejó de abrir sus puertas y yo debo adaptarme a disfrutar de la noche, esa noche, del mejor modo posible. No es una cena más. Es la cena en la que se sienta el pasado: la madre que fui, la mujer que impulsé, el esposo que se fue. Es la cena en la que renacen mi papá y mi mamá y en la que me visualizo pequeña jugando con mis primos a juntar corchos de sidra. Es la noche del vitel toné de la tía Nena, de la pastilla para dormir de mi Ovejero Alemán, de los fuegos artificiales del primo Ramón y de la ensalada de fruta de la Nona Emma.

El brindis y su chin chin de copas golpea duro. Lo reconfortan los gritos y abrazos de mis nietos y nietas que corren desenfrenados para desearme… “¡Feliz año nuevo abuela!”

La Porota optimista y vital también flaquea. Y aunque vigorosa, más de una vez piensa… ¿“para qué quiero vivir tanto tiempo”? El pasado pesa.
Todo sucede en efímeros instantes. Luego me recompongo y disfruto de la sobremesa. Bailo, canto y sonrío a la par de un tango gardeliano, una zamba chalchalera o una cumbia contemporánea. La música me salva. Me trae de regreso. Y con ella me pierdo una vez más.

Son esos instantes en los que nos corremos para vernos desde arriba. Son esos momentos que nos recuerdan que aún estamos vivos. Son esas oportunidades para repasar, conectar, resignificar el trayecto; aquello que alguna vez dejará de ser pero que hemos de aprovechar mientras sea.

Al final de la juntada, doy gracias por el momento compartido. Por los abrazos recibidos y por mi resiliente capacidad de adaptación. Beso a mis muertos en la frente. Les agradezco que hayan venido a verme y conecto con los vivos. Los que se quedaron a mi lado. Ya no importa si son familia, amigos, vecinos o buenos conocidos. Son quienes me acompañaron a recibir una nueva dosis de vida. Aunque simbólica, siempre hay personas que te tiran una soga, que te salvan de la desesperación, del miedo y de la muerte en vida.

El 2018 se va. Sin embargo, deja un tendal de logros, desafíos e instancias de aprendizaje. El balance es positivo y absolutamente reponedor.
Somos los viejos y viejas de hoy, adaptándonos a las nuevas coyunturas, a los nuevos liderazgos y a las nuevas tendencias.
Somos los viejos y viejas de hoy ocupando nuevos espacios, protagonizando nuevos roles, fusionando temáticas, tratando de aprender.
Somos los viejos y viejas de hoy poniéndole toda la garra del mundo a un mundo que por momentos nos suelta la mano.

¡Chin chin queridos amigos!

Brindo por el encuentro de copas y por aquellas personas que se proponen disfrutar “con la sonrisa en el ojal, con la idiotez y la locura de todos los días (quien te dice)… a lo mejor resulta bien.” (La vida es una moneda de Baglietto)

¡FELICIDADES Y GRACIAS!

Hasta el 2019

Porota Vida
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Cierre de año

Queridos integrantes del CLUB DE LA POROTA quiero contarles que ya está compartido en nuestro Facebook (PorotaVida) el clip audiovisual que resume el año de trabajo que juntos hemos impulsados. Los invito a verlo, a disfrutar de los logros y a dejarnos un mensaje en las redes.

De vacaciones

Por otro lado, deseo avisarles que ¡me tomo vacaciones! Voy a descansar y disfrutar de mis nietos y nietas, por eso, mis columnas no saldrán durante el mes de enero aunque en las redes sociales seguiremos muy activos. Por lo pronto, nos reencontramos el viernes 1° de febrero para disfrutar de la primera columna de 2019. ¡Gracias por acompañarnos, por estar y alentar nuestro trabajo!

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