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Envejecidos… este también es nuestro tiempo

Envejecer ¡Qué desafío!

Crecer, vivir… qué gran reto.

Convivir con uno mismo. Con un cuerpo, con un alma, con una psiquis y un espíritu que se transforman a medida que el tiempo pasa. Que van redefiniéndose, reinventándose.

Cuando algunos esbozan que llegar a viejos es verdaderamente un gran logro… les creo. Antes de abrazar mis años pensaba en la vejez como una etapa de absolutas pérdidas e instancias de desasosiego. Pero hoy, gracias a este nuevo modo de mirar la vida, la habito sin miedos y tapujos agradeciendo cada paso, obstáculo, elección, desacierto y acierto. Me felicito por haber llegado hasta donde llegué. Y admiro a quienes también han envejecido con un gran sentido de altruismo y respeto por la vida.

Cuántas habilidades y dones hemos de desplegar a medida que vamos envejeciendo para poder acomodarnos a los cambios, muchos de los cuales no elegimos.
Hemos de ir amigándonos con la propia finitud, con la pérdida de roles, los prejuicios sociales, las transformaciones corporales y también las vinculares.

¿Quién se atreve a llamarnos abuelitos o abuelitas?, ¿quién se atreve a mirarnos frágiles y sin derechos?, ¿quién se atreve a considerarnos obsoletos y en desuso?
Tal vez aquellas personas que aún no pueden encontrarse en el espejo e integrar lo que éste les devuelve con quienes creen ser. Quizá las que no proyectan en un viejo su propia vejez.

¿Acaso vivir tanto tiempo no requiere de una sobre adaptación inconmensurable a los cambios?
Cada vez somos más y no lo digo para oponerme a otras generaciones, todo lo contrario, sino para contribuir a la toma de conciencia del envejecimiento poblacional que es transversal tanto a los países desarrollados como en vías de desarrollo. Hablar y darles voz a los viejos y viejas que se asumen añosos es reconocer que las voces no caducan, que los sueños no vencen, que los deseos no renuncian, que la vitalidad no migra, que la pasión no se resigna.

Hablar y darle voz a los viejos y viejas que abrazan sus años es asumir que existe un trayecto por descubrir, una historia por desempolvar, un relato que reivindicar.
Es sembrar la tolerancia y el respeto por las vidas ajenas y sus elecciones más íntimas.

En definitiva, es aprender a envejecer incorporando todas las edades y desplegando una capacidad empática absolutamente necesaria a los 60, 65, 70, 75, 80, 90 y 100.
Estamos invitados a vivir. A hallar nuevas respuestas. A formularnos nuevas preguntas. A interpelar aquello que nos incomoda.

Estamos invitados a abrazar las arrugas, las canas, el paso lento y los dolores con la alegría de sabernos vivos, con la certeza de merecernos y la sabiduría para poder transformar el enojo, las broncas, los recelos en abono fértil. Esta también es nuestra generación, este también es nuestro tiempo.

Porota.
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