La potencia de las personas mayores en tiempos de pandemia

¿Qué agregar a todo lo que estamos sintiendo, viviendo y compartiendo? El aislamiento y el coronavirus nos tienen patas para arriba y trajo a las PERSONAS MAYORES al centro de la escena. 

Por eso sé que es el momento perfecto para hablar de esas personas mayores que están en sus casas acompañando a otras personas, regalando videollamadas a sus nietos y seres queridos, jugando de manera remota con los más pequeños de la familia o activando un horario para que los niños se sienten a estudiar: “te llamo a las 18 para hacer la actividad de matemáticas”. 

Creo que es momento de hablar de ESAS personas mayores. De Mirta, de Miti, de Clara, de Manuel y de Carlos, que se reúnen a charlar con el altavoz del celular día de por medio. De Susana que toca el tambor todas las noches en el ingreso de su casa con las ventanas abiertas. De Haydée que me cuenta que sus días no han cambiado, que ya sabe lo que es habitarse, vivir los días sin horas. 

Creo que es el momento de hablar de esas personas mayores que le ponen palabras al caos de las familias con hijos pequeños, al trabajo en casa, al encuentro de todos con todos y a una rutina rota que interpela por donde se la deje penetrar. Que le ponen palabras a la “soledad”, “esa” que vino a mostrarnos cuán poco nos encontramos con nosotros mismos. 

Es el momento propicio para hablar de Juan Carlos que con 75 años activó a sus contactos para que donen alimentos o ayuda económica a los comedores comunitarios. 

Es el momento ideal para hablar de muchas amigas que están cociendo barbijos y batas para los trabajadores de la salud. O del esposo de mi amiga Maricel que es médico y sigue trabajando aún siendo parte de la “población de riesgo”. Es el momento de hablar de Carlos, dueño de una pequeña empresa de insumos para autos, que no durmió tranquilo hasta que pudo conseguir el dinero para pagar el sueldo de sus empleados. Es el momento justo para hablar de las personas mayores que en este contexto bailan, cantan, regalan un pedacito de aliento, se animan a aprender y atienden el teléfono a toda hora con voz de esperanza, aunque por dentro se deshacen de tristeza. 

Esta también es nuestra pandemia. Y estamos codo a codo ayudando. Desde casa ¡sí! a veces con deseos de recibir y otras de DAR. Porque así es la vida, una retroalimentación intergeneracional permanente. 

Decidí compartir mis reflexiones con otra escritora, una gran amiga, Cristina Loza. Porque Porota y sus redes y espacios de encuentro son de todos, de todas. Gracias, Cristina y a cada uno de ustedes por estar y sumarse a las propuestas que hemos gestado para sobrellevar los tiempos difíciles que nos tocan atravesar.  

 

Porota 

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Abril en cuarentena 

Abril, para mí, es un mes de regocijo. Cada año, abrimos taller, El Club de la Cicatriz, cuando el otoño se adueña del jardín, y cruje en hojas secas, cuando esos pies ansiosos llegan a casa. No nos vemos desde el año pasado, en noviembre. Las expectativas son como las de una cita. Sin embargo, el universo tenía otros planes. Lo que nos demuestra en este mar de incertidumbre de la vida, que la felicidad parece estar en ese lugar donde no esperamos nada. Difícil, pero no imposible. La cuarentena se decretó, y todo lo que planeábamos quedó en suspenso.

Después de los primeros días, pues mi confinamiento comenzó el viernes 13, tras deambular, haciendo demasiados viajes hacia la heladera, o de maratones de pantalla, con películas o series, comprendí que debía tomar el control de la situación.

Nada podía hacer con el afuera, caótico, lleno de mensajes cruzados, de noticias alarmantes, o de comunicados donde el número de países o de infectados, semejaban una carrera infernal y disparatada.

Y entonces, decidí ordenar “el adentro”. Que no necesariamente hace referencia al placard o a limpiezas obsesivas que podían traerme consecuencias no deseadas a mi cuerpo de +60.

Rutinas. Inaugurar el “como si”: bañarme y vestirme como si fuera a salir. Cocinar para mí, con gusto, y poner un mantel, y la mesa,  como si esperara visitas, huyendo de comer frente al televisor. Cuidar cada paso, tener una mano libre cuando subo y bajo escaleras, repetir lo que hago, si cierro puertas, decirlo, para no levantarme a corroborarlo. El celular cargado y cerca, el teléfono fijo también, llevarlo conmigo, a donde vaya en la casa. Con una amiga, hicimos un acuerdo. La primera que se despierta, manda un mensaje; ¡Amanecí!. Después, en algún momento del día, hablamos. Saber que alguien nos piensa, nos sostiene y fortalece. Y por eso viene a cuento, entender que la vejez se construye. Recibimos lo que supimos dar. Ser viejo no te hace inimputable. Ser cascarrabias no es mérito. El “Yo soy así” puede acarrear mucha soledad. Nuestra autonomía es un logro increíble. El mejor regalo para nuestra familia es eso: la capacidad de arreglar nuestros días, con herramientas propias. Los que me proveen alimentos, o medicamentos, son personas de mi entorno, relaciones que se construyeron con el tiempo. Ese podría ser un buen plan, para cuando todo pase. Reformular nuestra manera de conectarnos con los demás. Desde la humildad.

Reforzar mis redes, aportando a la comunidad videos, audios, sugerencias, y humor. El dibujante Mordillo contaba, que en su juventud, al regresar a su casa, debía cruzar en noche cerrada,  un descampado colindante al cementerio. Y que mientras caminaba, con miedo, silbaba con fuerza. El humor es ese silbido.

Por eso nos enviamos memes, y bromas, con respecto a esta situación desmesurada y tan distinta. No es restarle importancia ni subestimar al virus, sino proveernos de las endorfinas, de la risa, que nos libera, cuando estamos empastados, de miedo o de información. De pronto, nos invaden las ganas de hacer, exactamente lo que nunca hicimos. Paseos, gimnasia, natación, otro idioma. Solo ideas delirantes porque la libertad está condicionada. Hacer un listado de todo lo que puedo hacer en casa, nos centra y ordena. Movernos en el terreno de lo posible.

Celebro la curiosidad que me habita, que me llevó a incursionar en las redes, en la manera de comunicarnos con la tecnología, sin permitir que la mente tomara el mando con sus remanidos miedos: Yo no sé, no es lo mío, a mi edad, esto no es para mí.

Este es el momento, en que, cuando la mente amenaza con ser un barrilete, cuento los porotos, y recuerdo los momentos difíciles que superé en mi vida, y saco las herramientas de mi caja de ahorro emocional, y me digo: ¡Si pude con aquello, de esto también saldré (mos)!

 

Cristina Loza 

Fb:@cristinadelvalleloza
Ig:lozanovelas  

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