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Las palabras

«Las palabras dejan huellas imborrables. Las palabras son como las arrugas en el rostro, algunas más profundas, otras imperceptibles, pero todas dejan su marca». Así comenzó la semana pasada nuestra clase de yoga. Esa frase resonó en mí por muchos días, incluso, mientras dormía. Me miré al espejo y recordé la primera vez que me descubrí una arruga. Me gustó, era de las que se forman al reír, allí, junto a mis ojos rasgados. Hoy, esa y muchas otras, yacen permanentes, recordándome cada momento de risa impune.

La clase de yoga versó sobre el reconocimiento del paso del tiempo en nuestro cuerpo. ¡Fue hermosa!, porque pude valorar positivamente aquellas partes que siempre me parecieron defectuosas. Aprecié cada zona de mí sin juzgamientos. Confieso que no fue fácil ya que he sido programada culturalmente para criticar y criticarme. Fue gracias a la ayuda de la profesora que pude por momentos transformar positivamente mis pensamientos destructivos: «Si no fuese por mis piernas, jamás hubiese podido llegar hasta esta clase». «Gracias a estas manos, pude alimentar y sostener una familia durante muchos años». «Las estrías en mi panza son fruto de los más maravilloso de mi vida, mis hijos», y así.

Días más tarde, mi nieta Sofía me invitó a participar en su escuela de una charla sobre «autoestima». Sofía tiene 15 años y es la primera vez que me ofrece participar de una actividad de este tipo. «Gracias Sofi por invitarme», le dije mientras caminábamos a la reunión. «Te invito porque estás distinta y sé que no me vas a criticar tanto como lo hace mamá», me contestó. Al llegar a la escuela, un centenar de adolescentes acompañados por uno o dos adultos colmaban el salón de actos. La charla versó sobre el cuerpo bajo el slogan «usá el poder de las palabras para sentirte genial». «Las palabras pueden tener un gran impacto en nuestra autoestima, y si siempre hablamos sobre nuestros cuerpos de manera negativa, se puede reforzar la idea de que sólo existe un tipo de cuerpo que es lindo», explicó la especialista. «Es un patrón de conducta que tenemos que romper si queremos que nuestras hijos e hijas crezcan y se sientan seguras con el cuerpo que tienen», agregó. Me perdí en el mar abrumador de recuerdos que irrumpieron mi mente. Recordé cuando mi mamá me exigía que bajase de peso apenas un mes después de haber dado a luz a mi primera hija. O cuando siendo adolescente mi vecino me dibujaba abrazada a un cerdo rosa. Con esas memorias me vi intimidante ante mis hijas y nueras criticando por lo bajo y por lo alto esos kilos de más, que nunca estuvieron de más. «¡Ay, hija, deja de comer. Estás muy gorda!». «No podés ponerte esa pollera, mirate las piernas». «A ver cuándo bajamos de peso ¿no?». Comencé a llorar; ¡tanto, que me puse los anteojos de sol! Me dolía mi niña, esa que fui y que creció con tanto desprecio. Me dolían mis hijas, mis nueras y también me dolía Sofía, mi nieta mayor; hija de esa hija a la que tanto exigí.

«Palabras de amor para nuestros hijos», repitió con vehemencia la conferencista y todos aplaudieron tímidamente. El ruido me trajo nuevamente al auditorio. De un lado mi nieta, del otro una madre con el rostro desfigurado de tanto lagrimear. La energía del auditorio, por un momento, fue densa, oscura, triste. Como si un tsunami de mandatos injustos, anti naturales y sobreexigentes hubiesen arrasado el recinto. Ahogad@s en esa mirada deshumanizante y llena de desprecio nos abrazamos en la profunda sensación de saber que aquello a lo que estábamos obedeciendo, nada tenía que ver con lo verdaderamente esencial. ¡Cuánto tiempo perdido en ser lo que jamás hubiese podido! ¡Cuánta belleza desplegada sin haber podido ser apreciada! Añoro mis 35, no porque era más joven sino porque no los disfruté cuando los tuve. Preocupada por el qué dirán, me olvidé que mi pancita pos parto formó parte de mi belleza. Cuántas palabras de amor negadas a mis hijas a las que miré con los anteojos de la cultura patriarcal que mide la belleza femenina de un modo violento y antinatural, que obliga a las mujeres a mirarnos en un espejo que nos cosifica, aliena y mide en función de lo que podemos ofrecer para generar placer a otr@s, cuando el único placer a desplegar es hacia un@ mism@!

Hoy llego hasta acá. Hice lo que pude. ¡Gracias!

«El AMOR es la mayor fuerza que existe en el universo, en los seres vivos y en nosotros los humanos. Porque el amor es una fuerza de atracción, de unión y de transformación. (…) El amor es la expresión más alta de la vida que siempre irradia y pide cuidado, porque, SIN CUIDADO, languidece, enferma y muere» (Leonardo Boff)

Porota Vida
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Nota: la hermosa imagen que elegí para esta columna es de Carolina Romano

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