Piropos en la vejez

Desde que falleció mi esposo una parte de mí murió con él. Si bien soy una promotora ferviente de la frase «nunca es tarde para volver a empezar» debo confesar que en el amor de pareja jamás se me cruzó la idea de una segunda oportunidad. Pompeyo fue el único hombre en mi vida. Será por eso, tal vez, que para mí el amor de pareja no tiene sabor, olor, color, textura, nada, nada, nada. Nuestro matrimonio fue bastante desapasionado; y la convivencia diaria (de más de 35 años) una rutina aburrida y gris. Hecha esta advertencia quiero contarles algo que me sucedió hace un par de días. Mientras caminaba por el centro, tropecé torpemente conmigo misma al darme cuenta que una moto estuvo a punto de atropellarme. Fue un papelón, quedé desparramada en medio de la calle. Todo sucedió tan rápido que jamás supe cómo terminé en el bar de la «fatal» vereda compartiendo un café con un apuesto señor de barba y ojos azules. El cortés hombre se llama Ricardo. Fue él quien me trasladó a mis años de juventud, aquellos en los que sentía que el mundo torcía la cabeza para verme pasar.

«¿Tienes alguna herida, guapa? Tiene que ser duro caerse del cielo», me dijo mientras me ayudaba a pararme. Sus palabras me paralizaron. Es que pasaron más de 50 años de aquella vez en la que me regalaron mi primer piropo. Semejante déja vu fue el responsable de que accediera a compartir una mesa con un extraño. Me sentí bastante tonta. Puse tres paquetes de azúcar en la taza. La cartera se me cayó varias veces. No encontraba la función para silenciar el celular. Y hasta llegué a pasarme el dedo por el párpado despintándolo. ¡Con el cuidado que tengo en esos detalles!

Obviamente llegué para el final del convite con mis amigas. Pero todas postergaron sus obligaciones cuando comencé a contarles lo que me había sucedido. ¡Fue tan hermoso! El tiempo se detuvo y nos sumergimos en un mar de anécdotas de amor. Fue en esa intensa charla de mujeres que descubrí a muchas disfrutando en la vejez del amor verdadero. Hablamos de las cosquillas en la panza, de los nervios ridículos, de la sonrisa tatuada, de las compras sensuales, de los novios, amantes, esposos y amores platónicos. Grata fue mi sorpresa al darme cuenta que muchas estaban viviendo intensamente el amor de pareja. ¡Y yo que pensaba que sólo las más jóvenes tenían acceso exclusivo a los piropos! ¡Qué alegría saber que aún puedo ser reconocida por mi belleza! Amigarme con las canas, con las arrugas, con el cambio físico y mental definitivamente proyecta en mí una luz, un brillo que no se puede describir o ver pero que seguro me hace más linda de lo que yo misma puedo sentir.

“¡Guerra de piropos!”, propuso Alicia y nos encontró la media noche recordando los más románticos, groseros, absurdos y bellos piropos, la mayoría recibidos en la vejez. Reproduzco sólo algunos;  no me alcanzaría el diario para transcribir todos, pero los invito a que en mi página de Facebook o a través de mi correo electrónico ([email protected]) me cuenten sobre aquellos piropos que les regalaron o que pensaron para regalar, sobre todo, después de los 60.

  • ¿Crees en el amor a primera vista o tengo que volver a pasar delante tuyo?
  • Si tus ojos fueran luceros, y tus labios el mar, qué paisaje tan bonito para poder admirar.
  • Contigo aprendí que no es necesario morir para conocer el cielo.
  • No temo al destino, no temo al dolor, lo que yo temo es quedarme sin tu amor.
  • Cuando vayas a tomar, yo quisiera ser tu copa, para llegar a tus labios y darte un beso en la boca.
  • Tus ojos son como dos luceros que brillan en alta mar, me gustaría ser marinero para poderlos alcanzar.
  • Las estrellas están enojadas con Dios, porque no las hicieron tan bonitas como a vos.
  • El camello muere en la arena, el águila en la roca, y yo quiero morir entre los labios de tu boca.

“Recuerdo que una señora me decía: ´desde que lo conocí a Juan empecé a verme distinta´ ¿por qué? Simplemente porque su cuerpo dejo de ser visto desde una mirada descalificatoria (la de ella, aunque influenciada por los demás) sino por la de un persona que la amaba, la hacía sentir bella y le mostró que ese cuerpo, que ella negaba, podía ser gozado y vivido de una manera muy positiva. Pero no solo con el amor uno puede volver a unificar su cuerpo, sino a través de seguir disfrutándolo, encontrándole belleza, sintiéndole vibraciones y experiencias nuevas. Los ´achaques de la edad´ no deberían llevar a negarlo, ocultarlo o a pelearnos con él, sino por el contrario a mimarlo, explorarlo y contemplarlo para reconocerlo cada día como una parte indisociable de nosotros mismos” (Ricardo Iacub)

Porota Vida
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