Sobre Frances McDorman, fotos eróticas, cultura selfie y vejeces

Por Sol Rodríguez Maiztegui 

Una actriz de Hollywood con tres estatuillas en su haber se rebela ante la cultura selfie. Y si bien pareciera que la valentía solo es posible gracias al sello de la fama que pocos ostentan en tan lejano mundo, lo cierto es que el gesto se agradece. Frances McDormand es una actriz norteamericana de 63 años. El último domingo subió al podio de los ganadores de los Oscar sin maquillaje, y luciendo un austero vestido negro que acompañó con sobrios aros de brillo. Toda una arenga para el circo hollywoodense. 

Hace tiempo que esta actriz reacciona díscola ante la cultura selfie, una cosmovisión que honra el vacío y los rostros sin historias despojados de arrugas, manchas, canas… signos del paso del tiempo. En palabras del filósofo Byung-Chul Han «el selfie es, exactamente, este rostro vacío e inexpresivo. La adicción al selfie remite al vacío interior del yo«. 

El cuerpo, el rostro son el reflejo de nuestro recorrido vital, de nuestra historia. Ocultarlos a través de un mundo que a veces sólo se espía por la mirilla de un celular es la consecuencia de no poder integrar la imagen que nos devuelve el espejo con la percepción que de ella tenemos. ¿Es más  sencillo mirar una selfie que mirarnos a los ojos en tiempo real? Hay cuerpos que no se cuestionan, que no se problematizan. Damos por terminada la discusión si de cuerpos jóvenes, esbeltos y blancos se trata. En oposición, hay otros sobre los cuales nos atribuimos el derecho de tutelar, despellejar y despreciar. 

Esta semana se viralizó el trabajo del fotógrafo inglés Rankin en la que aparecen personas mayores asumiendo poses eróticas. De repente empezamos a hablar de la sexualidad y del erotismo en la vejez. Las fotos habilitaron un tópico que en edades más tempranas se acepta sin revisión previa. ¿Por qué, en el apogeo de las imágenes deshinibidas, nos interpela mirar imágenes de personas desnudas, acariciándose, besándose en ropa interior, con breteles bajos o en la cama?, ¿acaso no adverir que se trata de personas con arrugas, canas, flacidez es una “omisión” imperdonable?… ¿es una omisión? 

Mirarnos en el espejo de la vejez debería ser un #must (parafraseando al mundo de la moda). Poder hablar del propio proceso de envejecimiento, poner en tensión los estereotipos y prejuicios de belleza, erotismo y sexualidad posible resulta urgente en una cultura selfie que se mira así misma desde el vacío de fotos sin historias y desde el “no conflicto”. ¿Para qué tensionar, para qué disentir, para qué poner en jaque la norma vacía, deshumanizada? Mejor no hablar de la vejez. Mejor no hablar del paso del tiempo. Mejor ser viejos, viejas invisibles. Y si por esas cosas de la vida, se hacen virales las pinturas de Aleah Chapin o las fotos de Rankin, pues hagamos alarde de ellas. ¡Alardeemos! para que de tanto ruido se desnaturalicen, pasen a la vereda de lo atípico, de lo anormal, ¡no vaya a ser que la juventud pierda su encanto! No vaya a ser que nos empiece a gustar ser viejos. No vaya a ser que la vida comience a adquirir sentido más por la sustancia que por el envase. 

Y si por esas cosas, una Cecilia Roth retocada, lisa, de rasgos finos, brillosos y suaves cual porcelana aparece en la tapa de una de las revistas de chismes más afamadas, por las dudas, no la cuestionamos. Nos quedemos con esa mirada vacía. Inventemos que la producción de la película que la llevó a la tapa la disfrazó de vieja. Total, la tecnología todo lo puede. Es tan poderosa en manos de quienes se miran y no se ven, que llega a hacernos creer que una selfie es un fiel retrato de lo que somos. ¿Acaso somos en una selfie? 

Hasta tanto; gracias, Frances McDorman. Y felicitaciones. No solo por tus premios sino también por tu valentía. 

Porota.

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