¡Te invito a leer mi sexta columna para HOY DÍA CÓRDOBA!: Para la guerra nada.

Para la guerra, nada

Tuve la urgente necesidad de hacerme un regalo. Uno porque sí. Conectar con el placer que me genera pensar en algo, no importa para quién. Tuve un día muy hostil. Salí a la calle con mi sonrisa, me tomé un cafecito conmigo misma, elegí (por primera vez en 40 años) decir que no a un compromiso que en otras épocas era prioritario e impostergable. Compartí mis deseos de regresar a un viejo amor: el rock. Adquirí la valentía de autodecretarme el fin del luto. De no ir más al cementerio. De no prender más la vela. De entender que cada ritual de aparente tristeza no era para mí sino para los otr@s. Todo ese crecimiento, toda esa madurez desplegada recibió duros golpes por muchas personas que aún no pueden descubrir en sí mismas todo el potencial y toda la belleza que les habita. El enojo, el desprecio, el prejuicio, el desamor, el odio, la bronca, la ira… en resumen, la violencia que desplegamos cuando no logramos ser fieles a nuestra esencia se potencia cuando otr@s nos muestran su sencilla y genuina libertad. Libertad para decir «no», para cambiar, para decidir, para disfrutar, para ser sin tener que lastimar a nada ni nadie. A usted, señor transeúnte que me empujó cruzando la calle. A usted, señora empleada que me hizo esperar una hora mientras desayunaba. A usted, querida vecina que tira la basura en mi tacho. A usted, querido cuñado que no me habla desde el lunes porque no fui a la reunión. A usted, señor taxista que no pudo balbucear un «buen día». A vos, a él, a ella, que se levantan todos los días y destinan horas de su tiempo en «armarse» para «pelear» la vida. A todos ustedes les dedico la columna de hoy.

«No hay peor guerra que la que emprendemos contra nosotros mismos», sentenció mi profesora de yoga en el último encuentro. ¿Cuántas guerras podríamos evitar si dejásemos de pelear contra aquello que no deseamos ser pero que paradójicamente insistimos en ser?, escribió en la pizarra del salón. Minutos después, apagó las luces y comenzó a sonar una canción interpretada por muchas personas, cuyo estribillo rezaba la frase «para la guerra nada». Salí extasiada. En ese estado de trance y placer que solo vivo cuando la belleza me inunda, llegué a casa y googleé «para la guerra nada», y allí conocí el proyecto, a la cantante, a la fuerza que solo se halla en el encuentro colectivo de las almas que buscan conectarse desde el cuidado, desde el amor, desde la paz. Fui testigo de la luz, de la creatividad, de la singularidad grupal que solo se expresa cuando somos capaces de amigarnos con lo que somos y de unirnos sin especulaciones.

Me sorprendí a mí misma. Me regalé música, poesía, encuentro. Me regalé la oportunidad de apreciar la voz de Marta Gómez, de abrazar su talento y generosidad. Descubrí una canción que es de ella y de todos. Tomé mi cuaderno, un lápiz y así, como quien no quiere la cosa, escribí mi propia estrofa:

Para el día, muchas sonrisas caminando a la par,
para la noche, suaves caricias a quien se atrevió a volar.
Para usted, querida señora, un abrazo y mi amistad,
para aquel que aún se enoja, un poquito de piedad.
Para la guerra, nada.
Para mis nietos, una abuela que aún quiera recordar,
para mi hijos, una madre que les diga la verdad.
Para mi esposo, un recuerdo que no tenga que mostrar,
para mi propia niña interna, esta vieja que soy hoy.
Para la guerra nada, para la paz, todo.

Conocé más sobre este proyecto en https://martagomez.com/
Escribí tus estrofas y compartirlas (si querés).

¡Gracias!

Porota Vida
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