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Vivir, envejecer: comienzos y finales

Como ya lo he confesado en alguna de mis columnas, la muerte es un tema que me cuesta abordar. Sin embargo, estoy aprendiendo a amigarme con lo único certero en la vida: algún día moriré. Durante mis recientes vacaciones de verano, disfruté mucho de mis nietos, en especial de Santi. Un día, caminando junto al río, Santi halló herido un pichón de paloma. Tras disimular mi aprensión accedí a que la llevara a casa. En una pequeña caja de cartón, le acomodamos pasto fresco y nos fuimos a dormir. No era sencillo resolver qué haríamos con ella. Al día siguiente, la paloma había muerto.

Santi lloraba desconsolado y yo, acongojada por el dolor de mi nieto, ofrecí «oro y moro» con tal de no verlo sufrir. ¡No hubo helado de chocolate, papas fritas, jueguitos electrónicos o paseo en el trashumante parque de diversiones que lo calmara! Cuando comprendí que el deseo de Santi era llorarla desconsoladamente me senté junto a él y lo acompañé en su duelo.

Fue en ese instante de quietud que las preguntas iniciaron su ritual: ¿Qué saben los niños y niñas de la muerte? ¿Qué sentido le damos los mayores para lograr tamaña tristeza en un niño de apenas siete años? ¿Por qué llorar ante un acontecimiento tan predecible? ¿Qué sabemos de la muerte?

Pasaron los días y decidí visitar mi librería preferida con el objetivo de hallar algún libro infantil que hablara de la muerte. Salí con un hermoso ejemplar bajo el brazo del libro “Comienzos y finales” de Liliana Arias. La protagonista del cuento es una oveja abuela llamada Hortensia que le gustaba disfrutar de su apacible vida. Un buen día, Hortensia decidió tejer una manta con la lana de su propio cuerpo. Punto va, punto viene, la oveja abuela fue poniendo todos sus pensamientos y sentimientos en ese tejido atravesado por el paso del tiempo. Un día Hortensia se dio cuenta que no recordaba nada de su vida, y que no sabía cómo había comenzado todo. ¡Hasta había olvidado cómo tejer! Fue así como su nieta más pequeña le ayudó a recordar llevándola a recorrer los lugares en los que había estado. Así pudo terminar de tejer la manta que, por supuesto, le regaló a su nieta. «Ahora te toca a vos seguir tejiendo», le dijo la oveja abuela a su pequeña nieta. A través de esta fábula, la autora intentado mitificar la finitud, dar cuenta del ciclo de la vida: una historia termina, se muere, porque ha de nacer otra bajo el mismo hilado, quizá hasta con una trama similar pero con sus particularidades que la harán única e irrepetible.

«¿Te vas a morir abuela?», me preguntó Santi cuando terminamos de leerlo. «¡Pues claro!» le respondí con absoluta naturalidad. «¿Por qué?» repreguntó. «Ummm…porque así es la vida: nacemos, vivimos y morimos», contesté. «Yo no quiero que te mueras abuela», agregó con tristeza.

Un par de días después, Santi me avisa que vendría a visitarme. Mi hija lo acompañó extrañada ya que no le había contado el motivo de su premura. Hacía tiempo que el niño atesoraba objetos en una caja que escondía debajo de la cama. Al llegar a casa, Santi se sentó en el centro de la alfombra del living. Abrió su caja y comenzó a desplegar muchos de los tesoritos que le regalo cada vez que me visita. Anillos y cadenas viejas, estampillas, botones, boletos de colectivo, fotos en blanco y negro, entradas al cine o al teatro, etc. Mi nieto había guardado celosamente cada uno de los obsequios. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me senté junto a él y le pregunté porqué había traído todos esos tesoritos. «Abuela, yo no sé tejer como Hortensia y su nieta, pero soy un pirata valiente que sabe cuidar grandes tesoros. Yo sé que algún día no vas a estar más. Y por eso cuidaré siempre tus regalos porque gracias a ellos nunca te vas a ir de mi lado. Quedate tranquila abuela que yo siempre te ayudaré a recordar», me dijo mi hermoso nieto dándome un fuerte abrazo.

Con el paso de los años se aquilata la claridad acerca de lo trascendente, en tanto que se acepta la finitud, y esto hace posible valorar la vida más en profundidad, reconciliarse con las propias faltas, vincular el mundo interno con el externo y ubicarse como transmisor de experiencias iluminadoras.

Graciela Zarebski –  Extracto del libro «Padre de mis hijos. ¿Padre de mis padres?» Ed. Paidós.

Porota.

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